jueves, 29 de mayo de 2008

Y yo me iré
Y se quedarán
los pájaros cantando,
y se quedara mi huerto,
con su verde árbol
y con su pozo blanco.
Todas las tardes,
el cielo será azul y placido,
y tocaran,
como esta tarde están tocando,
las campanas
del campanario.
Se morirán
aquellos que me amaron,
y el pueblo se hará
nuevo cada año,
y en el rincón de aquel
mi huerto florido y encalado,
mi espíritu errara, nostálgico.
Y yo me iré;
y estaré solo,
sin hogar,
sin árbol verde,
sin pozo blanco,
sin cielo azul y placido,
y se quedaran
los pájaros cantando.

Hoy se cumplen 50 años que nos dejara Juan Ramón Jiménez Mantecón. Fue el 29 de mayo de 1958, a las cuatro y cincuenta y cinco de la madrugada. El 29 de mayo llegaba desde Puerto Rico la crónica de José Luis Castillo, quien decía: "ha dejado de ver las estrellas, las nubes, el azul, los pájaros y las rosas, el andaluz universal categórico Juan Ramón Jiménez, después de llamar insistente, patética y desoladamente a su madre. Su voz era recia y su acento como infantil".

No murió sólo, ni lejos de Moguer su espíritu. En la habitación nº 11 de la Clínica Mimiya, en compañía de su sobrino Francisco, su enfermera, el padre Benito Cabrera, el cónsul general de España y el vicecónsul, y los doctores que le asistieron, Juan Ramón iniciaba su viaje definitivo, como nos contaba en poesía.

Según contaban, pocas horas antes se le oía gritar delicadamente el nombre de Moguer: "Anoche, antes de entrar en la agonía pronunció tantas veces el sagrado nombre entre frases cortas y suspiros tremendos, que era como si el poeta hubiera vuelto a la niñez cándida y huérfana, cuando todavía no tenía ni sueño. Por largo rato tuvo sus profundos y bondadosos ojos clavados en las florecillas, verdes y rojas del techo y las paredes de su cuarto, humildad, con el balcón que daba a otra calle estrecha, una calle por la que los vecinos circulaban en pijama por el enervante calor reinante. Resultaba desconsoladora aquella voz que insistía: ¡Madre, madre, ven!... ¡Moguer!...


Las muestras de dolor y afecto llegaron desde todos los rincones del planeta. Y hoy, cincuenta años después, Juan Ramón está más presente que nunca a través de la belleza de su poesía y de sus recuerdos, presentes tanto en la Casa Museo como en la Casa Natal en Moguer, así como en Puerto Rico, y otros lugares por donde el moguereño fue dejando huella.

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